Shandiin dedica cada día a alimentar a sus vecinos; Emma, a repartirles agua; Michael, a enterrar a los que sucumben. En la inmensa Nación Navajo, la pandemia ha cambiado la forma de enfrentar la vida y la muerte, y el pulso con la enfermedad que conocen como “la gran tos” no tiene visos de acabar.
El virus se coló por una rendija en la mayor reserva indígena de EU: en marzo, un hombre que había estado en un partido de baloncesto en Phoenix (Arizona) asistió a un pequeño servicio religioso en Chilchinbito, una localidad de apenas 500 habitantes en el corazón de la Nación Navajo.
Dos meses después, los más de 70 mil kilómetros cuadrados de territorio navajo alcanzarían la mayor tasa de infección per cápita del país, por encima de cualquier estado; y aunque lograron aplanar la curva, a sus habitantes les preocupa ahora el aumento de casos en los lugares que rodean la reserva: Arizona, Nuevo México y Utah.
“Nos ha golpeado muy fuerte y no podemos bajar la guardia”, dijo a Efe el presidente de la Nación Navajo, Jonathan Nez.
MICHAEL Y EL TABÚ DE LA MUERTE
En el extremo oeste de la reserva, la única funeraria en más de cien kilómetros a la redonda trabaja a destajo. Su propietario, Michael Begay, suele procesar unos 270 cadáveres al año, pero para julio ya había superado los 300; y más del 60 % son víctimas de la Covid-19, que ya ha matado a más de 420 personas en toda la Nación Navajo.
“No veo que esto vaya a acabar en un futuro cercano, así que sigo preparándome para que lleguen más”, afirmó a Efe el empresario y director de la morgue Valley Ridge, en Tuba City (Arizona).

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